Buses urbanos: Anécdotas viajeras

Después de muchos años viajando en el transporte público urbano, primero estudiando y después trabajando lejos de casa, he ido juntando anécdotas viajeras en buses urbanos que me he decidido a contarles en una nueva crónica.

Mientras cursaba mi carrera universitaria, allá por los años 90, tenía un horario bastante extenso aproximadamente de 17 a 23:30 horas.  Además, trabajaba de 6 a 14 horas.

Como vivía en una zona limítrofe a la capital, cualquiera de los viajes me insumía alrededor de 1 hora y media por lo que entre almorzar a las apuradas, tomar una ducha y alguna otra actividad rápida casi no tenía tiempo para nada.

Dormía unas 4 o 5 horas por día, claro que me las ingeniaba para utilizar el tiempo desperdiciado de los largos viajes para agregar alguna horita más de sueño.

Aquellos buses urbanos eran una catramina, unos Scania viejos, redondeados, ventanas antiguas, asientos pequeños y sumamente incómodos, olores de todo tipo entre los que sobresalían los aromas a goma quemada, aceite quemado, combustible y hollín del caño de escape, ruidos sumamente molestos como golpeteos en las uniones de las chapas del piso, chirridos de tornillos flojos, pasamanos que se movían y sonaban en cada frenazo y ni que hablar si golpeábamos un pozo en la calle, además de los pasajeros, saltaban a nuestro alrededor todos los elementos de aquel transporte… era como ver en cámara lenta alrededor nuestro, mientras nos elevábamos, los tornillos flotando, el escobillón y el balde detrás de los asientos, las gomas del piso… todo levantándose alrededor, como si fuéramos bustronautas en el espacio.

La Abuela y el nieto

En todos esos viajes, mientras no dormía, fui juntando varias anécdotas, algunas mías y otras de otros personajes,  que quedaron grabadas en mi memoria. Entre ellas, recuerdo que en una ocasión, volviendo de la facultad hacia mi casa, tarde en la noche, me siento detrás de todo el bus para poder dormir tranquilo.

Eran esos buses redondeados en la parte de atrás, que tenían 5 asientos juntos y con apenas una mini-ventana que no puede abrirse. Me senté en el último de todos, sobre el lado de la calle. Delante de mí asientos de a dos.

Era invierno y hacía mucho frío afuera. El bus, como era de costumbre comenzó a llenarse. En determinada parada, sube una señora y un niño de unos 9 o 10 años. Miro por la ventana y observo que es la parada de un hospital de niños. Imaginé que a esa hora un niño de esa edad con una señora mayor que parecía ser su abuela solamente podrían haber salido de ese hospital.

Comienza a deslizarse hacia el fondo. A mi lado había una mujer y al otro lado un tipo sentado frente al pasillo. La señora amablemente le pide al tipo si no le dejaba el asiento ya que había salido recién con su nieto del hospital y que él no se sentía bien del todo aún. Aunque sonó más a excusa para obtener un asiento, el hombre se levantó con cara de molestia y quedó con su bolso colgado del pasamano superior. Se sienta en su lugar la mujer con el nieto recostado en sus piernas. Al cabo de algunos minutos, la señora sentada a mi lado se baja y la «abuela» sienta a su nieto allí. El pibe queda como sandwich entre la abuela y yo.

De reojo lo observo y lo veo pálido… muy pálido. Recordé cuando de niño me costaba muchísimo viajar en bus por largo período, me sentía mal, en ocasiones vomitaba y otras hacía bajar a mitad de camino a mis padres.

Así que traté de seguir atentamente al chico por si en una de esas intentaba hacerse el poseído como la nena de «El Exorcista».

La Abuela empezó a hablarle. Le hablaba y le hablaba. «¿Te sentís bien?, se te ve mejor», «Si te sentís mal me avisas… como recién saliste del hospital»… «¿Viste la cantidad de gente que había en el hospital?… ¡¡Y qué cantidad de enfermos!!… muchas transfusiones y lastimados… ¿viste?» y así siguió un buen rato. Hasta yo me estaba sintiendo mal.

Vuelvo a mirar al pibe y lo veo más pálido que antes, está blanco como un papel y no se mueve, los labios morados y apenas movió un par de veces los ojos.

De repente, hace unos ligeros movimientos de su abdomen y su cabeza y comienza a despedir por sus labios un vómito verdoso-blanquecino… pero el pibe inmóvil. Y seguía vomitando así quietito sin parar. El vómito comenzó a escurrírsele por el mentón y caía sobre su cuerpo para posteriormente llegar hasta el asiento… pegadito a mí. Miro a la vieja y seguía hablándole de hospitales al pibe sin parar pero no lo miraba, solo hablaba como si tuviera público.

Le digo… «señora… su nieto se siente mal, está vomitando»… «AAHHHHHHHH ayyyyyyy noooo nené… ¿te sentís mal?» le pregunta. No, si iba a estar probando los efectos especiales de la nueva versión de «El Exorcista». Claro que se sentía mal. Le limpió la boca, sacó una bolsa para que siguiera vomitando allí.

Se levantaron ambos y como el líquido viscoso estaba demasiado cerca de mí, también me levanté. La vieja le pidió al pasajero de adelante, el de la ventana de los asientos de dos si le podía abrír la ventanilla y le dejaba parar al chico allí delante.

Entraba un viento frío por allí, escalofriante. El nene iba pegado a la ventana, muerto de frío, tiritando (como el resto de los pasajeros del fondo, incluyéndome). La Abuela seguía hablando y le preguntaba al nene «¿estás mejor?» y el nene casi sin moverse solo gesticuló un movimiento positivo de cabeza apenas imperceptible. El pibe estaba más blanco y más durito que antes (claro, si iba congelado ahí)… todo el cabello al viento hacia atrás… pero por lo menos no iba vomitando…

Las piernas

Enganchada a esta historia, debo contar otra que me ocurrió sentado en el mismo lugar que iba en ese bus. Esa zona al final ovalada del bus que nunca entendí porque estaba tan abollada. También el bus estaba lleno y a mi lado una señora mayor. Con excesivo cansancio como era de costumbre me dormí casi enseguida de sentarme.

En determinado momento, el bus agarra un pozo y salta. Me despierto, abro los ojos para ver ahí a dos centímetros de mi cara las piernas de una mujer con el pantalón mojado. Un hilo de baba caía sobre ella salido de mi boca. No entendía nada, levanto la cabeza y la mujer tirada excesivamente hacia atrás con cara de susto. Ahí me doy cuenta de la situación: me había dormido tan profundamente que no solo me fui hacia delante uniendo mi cabeza con mis piernas sino que me había ido hacia un costado sobre las piernas de la mujer.

En un gesto desesperado dije «perdón», me enderecé y luego cerré los ojos y me tiré hacia el otro lado en el que estaba la pared ovalada del fondo del bus. Fui rebotando mi cabeza todo el resto del viaje… ahí entendí porque esa zona siempre estaba abollada.

Sueño profundo

A quien no le ha pasado. Totalmente cansado se entrega a los brazos de Morfeo y en un sueño profundo comienza a soñar.

Y de repente, ese monstruo, o un auto que se le venía encima, o una caída en el sueño que hace que se despierte sobresaltado. Pega un pequeño salto en el asiento golpeando con su codo y su pierna al pasajero a su lado con un pequeño grito agudo que corta cuando se da cuenta que era un sueño y se acaba de despertar en el bus.

Todos se desnucan para observarlo. Se siente intimidado y le da vergüenza e intenta pasar desapercibido. Entonces instintivamente carraspea como tratando de demostrar que el grito no fue tal y solo fue su garganta y se cruza de brazos queriendo hacer creer que tiene mucho frío y hace unas muecas como si estuviera tiritando, aunque con la calefacción del bus estén a 35º centígrados.

Y luego vuelve a cerrar los ojos tratando de imaginarse que porque cerró los ojos nadie lo mira.

Vuelve a dormirse, pero esta vez mientras se duerme va cayendo hacia delante encorvándose y metiendo su cabeza entre sus piernas. Usted que estaba resfriado, se despierta al cabo de un rato y ve cayendo un hilo baboso verde a unos 20 centímetros de su nariz. Se le están cayendo los mocos!!! Entonces en un intento desesperado por no perder nada, levanta la cabeza rápidamente aspirando profundamente y como si fuera una película en retroceso ese moco viscoso vuelve nuevamente a su nariz. Aspira un rato más para dejar todo en su lugar hasta sentirse satisfecho con la maniobra y poder volver a dormirse tranquilamente.

El inspector

Un viernes por la noche, saliendo del trabajo, estaba exhausto, me tomé un bus de los rápidos, esos que hacen paradas intermedias y llegan más rápido a destino y que además son sumamente cómodos sus asientos para poder aletargarse o dormirse tranquilamente.

Claro, que, por las dudas, antes de dormirme tomé el celular y puse el despertador del mismo en una hora más o menos probable en la que llegaría.

Y me dormí… profundamente.

De repente siento un grito a mi lado. Como cuando uno se duerme y aparece el inspector del bus pidiendo los boletos. Con esfuerzo abro un poco los ojos y veo al tipo parado recostado al asiento delantero, a mi lado no había nadie sentado pero sí unos asientos más atrás y más adelante.

El tipo recostado me observaba con la mano estirada con algo negro en ella… estaba tan dormido que no pude divisar que era pero supuse que era el marcador de boletos.

Desesperado empecé a buscar en mis bolsillos el boleto. No lo encontraba, el tipo seguía ahí esperando, mirándome. Revolví todos mis bolsillos hasta que los encontré y como un tipo sumamente feliz estiré el brazo con fuerza para dárselo.

El tipo miró mi mano y quedo por un instante perdido observándola. No sabía si tomar el boleto o no. Yo le insistía con la mano, le mostraba más cerca el boleto.

Yo pensaba «dale tarado, agarrá el boleto que quiero seguir durmiendo…», pero el tipo nada.

Hasta que me hace una seña con la mano de «no no no» y sigue… miro el boleto y estaba correcto, la fecha y hora marcados en el estaba bien. Seguí con el brazo estirado así un buen rato, hasta que el tipo va al fondo y vuelve pasa nuevamente delante de mi (yo con el brazo estirado y el boleto en la mano). El hombre continúa su recorrido por el bus sin prestarme atención.

Recuerdo que en ese momento pensé «¡pero esté es terrible tarado, me pide el boleto y ahora se va sin agarrarlo… me despertó al santo botón!». Yo ya estaba enojado y no me importaba nada quería que el tipo agarrara el boleto.

Entonces, ya cuando el tipo estaba delante de todo en el pasillo escucho que grita «¡Chocolates, chocolate blanco, chocolate amargo, caramelos, chupetines…».

«Tragame tierra» pensé. Despacito fui guardando el boleto, me encogí de hombros y me recosté como escondiéndome contra la esquina de mi asiento y la ventana intentando infructuosamente volver a dormirme.

El bus es un estupendo lugar generador de historias urbanas, historias de todos los días, extrañas o graciosas que hacen que nuestras anécdotas, con el paso del tiempo, se conviertan en buenas historias.

Alejandro Peña

Lic. en Ciencias de la Comunicación. Autor de "El lado oculto de la información" en 1997. Periodista y Publicista. Redactor. Diseñador Gráfico y Web.

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