Pasión futbolera: humor de multitudes

Aburrido entre estas cuatro paredes, me decidí a contarles esta historia sobre la pasión que despierta el fútbol incluso a los más desinteresados.

La selección de fútbol de mi país jugaba un partido amistoso internacional a la noche.

Por la mañana, las noticias de la TV y los periódicos infestaban el aire con que jugador pondría el técnico en la cancha o cual sería la táctica a utilizar. 4-3-3, 4-2-4, 3-4-3 y muchos otros que más que tácticas parecían número telefónicos.

Yo, un individuo no muy futbolero, aunque reconozco cierto interés por mi equipo local en los llamados “clásicos deportivos” y también con mi selección cuando a torneos internacionales importantes se refiere, no presté en el correr del día mucha atención al asunto.

En la oficina, los compañeros de trabajo pasaron las horas del día discutiendo del tema incluso se generaban acaloradas discusiones entre los optimistas y los pesimistas.

Al regreso a casa, pasé por un supermercado y compré una humilde cervecita y una pizza con muzzarella para ver cómodamente en mi sofá el partido.

Quince minutos antes del partido preparé una mesita con la cerveza bien fría y puse la pizza en el horno.

Comenzó el partido y patadas van, patadas vienen el partido comenzó a caldearse, ya en el primer tiempo, dentro y fuera de la cancha. Una “plancha” por aquí, un codazo por allá, sangre que volaba por los aires y salpicaba el ojo de otro. El juez corriendo de un lado para otro sacando tarjetas amarillas y rojas y pavoneándose como un pavo real aunque vestido de negro como para un funeral.

Quedaban 8 jugadores de cada lado ya iniciado el segundo tiempo y los gritos, bombos y petardos de la tribuna aumentaban la adrenalina… incluso a mí.

A esa altura, el calor inundaba mi cuerpo y mi rostro rojo escupía obscenidades y malas palabras como si estuviera poseído por el demonio. En cada jugada peligrosa, tanto de uno u otro bando me levantaba del asiento para acercarme al televisor como si con esa acción la  pelota tuviera más fuerza para entrar o salir del arco.

En ocasiones, hasta me pareció que en cada ordinariez que decía, escupía la pantalla.

En uno de mis gritos, mi perro me miró de costado como no reconociéndome y asustado con la cola entre las patas salió corriendo para esconderse debajo de la cama. Mi esposa, que ya dormía, se levantó en camisón para pedirme que me calme que estaba desacatado. Solo atiné a contestarle, sin mirarla… “vieja no me jodas y andá a acostarte”.

Los jugadores se gritaban entre ellos, el técnico les gritaba a ellos, el público le gritaba al juez y yo le gritaba a todos.

Lo que quedaba de la pizza ya estaba desparramada por todo el piso.

Dos minutos adiciona el árbitro para terminar el partido. Cero a cero el marcador.

El árbitro pita tiro libre al borde del área para el equipo contrario.

Yo, a medio camino entre estar sentado en el sofá y de pié, estaba en posición de defecar, mordiendo la remera que ya me había quitado hacía un rato.

Patea, gol y termina el partido.

“Pero que hacés golero manos de manteca  la rep @%!\&%# que lo reparió”… fue lo único que me salió de la boca.

Algo inexplicable se apoderó de mí, patee la mesa tirando todo lo que contenía. Escuché la botella caer aunque no se rompió, la miré, la levanté y la tiré por la ventana de mi tercer piso… con tanta mala suerte que le pegué a una vieja que justo salía a tirar la basura.

Y bueno, ahora me encuentro entre estas cuatro paredes y las rejas de la comisaría esperando por el juez para darme la sentencia, mientras el también espera si la vieja sale del coma o pasa a mejor vida y así determinar si me manda preso por intento de homicidio o por homicidio culposo.

Algunos amigos ya me he hecho acá en el cubículo carcelario. Al “Cacho” le regalé mi reloj porque dice “que no ve la hora que se haga la noche”. Al “Pelado” (le dicen así cariñosamente) tenía frío en los pies y me señaló las zapatillas así que me dio lástima y se las regalé. Y después El “Bufa”, que es un tipo muy bueno aunque demasiado cariñoso para mi gusto.

Vieja, si estás leyendo estas líneas, comprame un par de paquetes de cigarrillos y no te olvides de llamar al abogado. Ah, y cuando pases de visita, traé manteca que acá los amigos me pidieron para la noche, deben estar pensando en hacer fideos con manteca.

Alejandro Peña

Lic. en Ciencias de la Comunicación. Autor de "El lado oculto de la información" en 1997. Periodista y Publicista. Redactor. Diseñador Gráfico y Web.

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