Juan Lacaze Party

Fui invitado a un casamiento en Juan Lacaze, ciudad de “El Sabalero”, Osvaldo Laport y tantos otros artistas.

Habiendo cosechado muchos amigos y amigas en los pagos de la vieja textil, la papelera (no la de Botnia sino la de Fanapel) y casi como Juan Luis Lacaze encontró esos parajes (por casualidad) me vi rumbo al pueblo sabalero con la excusa de festejar el enlace de mis amigos.

Debía ir bien vestido y llevar un obsequio, así que a las corridas un par de días antes salí a comprarme ropa de etiqueta de apuro y el regalito para entregarle a los que serían flamantes esposos.

Debía llevar toda esa carga hasta el lugar donde tomaría el bus carretero hasta destino, así que tenía en una percha bien cerrada el traje, una bolsa con el obsequio, una enorme mochila con todo lo necesario para pasar 3 días de fin de semana largo y tal como mis amigos me pidieron, un bolso con mi cámara fotográfica réflex digital (tipo fotógrafo profesional trucho). ¿Como hacer para llevar tanto?

Agudicé mi ingenio (poco, no es que tenga tanto) así que en el sobre cerrado con cierre, del traje, metí también el obsequio en su bolsa. Quedó de maravilla, ni se notaba. Ahora tenía 3 bultos para llevar y dos manos.

Tuve que tomarme un taxi para ir hacia donde me subiría al bus.

Le pedí al taxista me guardara la mochila grande y el traje en el baúl para que no se me arrugara ni molestaran en el viaje y llevé sobre mi falda la cámara.

Tenía 40 minutos para llegar al lugar indicado. El tipo me fue hablando tooooodo el camino. Yo con un sueño que me moría y el tipo parloteándome al oído. Y lo peor de todo que eran todas pálidas. En uno de mis divagues mentales, un poco antes que me vinieran ganas de asesinarlo, le puse un sobrenombre “El Taxista Pesimista”. Me lloró todo el viaje… que lo caro de las verduras, que el dólar por las nubes, que los impuestos, que los baches de las calles, que los jóvenes que emigran, que los precios de los pasajes… tooooodoo mal. Me deprimí.

El tipo vio que yo miré la hora de mi reloj y supuso que estaba apurado así que me dijo “vamos a cortar camino así llegamos antes, por acá CREO que hay un pasaje”… ahí me preocupé.

Cuando un taxista te dice “CREO…” no le creas nada.

Se metió por unas callejuelas de tierra y barro lleno de casillas de lata, arbustos que cruzaban la calle y mal vivientes por doquier. En ese instante, se nos cruzó un gato negro corriendo delante del taxi… y casi por instinto pensé “zas, mala suerte”… y zás, el tipo pegó un volantazo para no matar al gato y terminamos metidos en un pozo de agua y barro como de un metro. El tipo me dice como exigiendo… “vení ayudame a empujar sino no llegamos más” y salí…

Saqué el pie fuera del auto y en el primer paso me hundí como medio metro en el barro. Yo no soy muy desubicado pero mencioné unas cuantas frases totalmente ordinarias. Ya estaba embarrado hasta la rodilla, así que no tuve más remedio que quedar parejo y meter también la otra rodilla. Fui atrás y empujé junto al tipo.

El auto no se movía para nada. Yo me quería ir y dejarlo ahí tirado por tarado! Pero ¿como hacía para llevarme el equipaje?.

En un arrebato de bronca el tipo me dice “seguí empujando que voy a darle arranque a ver si sale” y se va corriendo. Le mete la marcha primera y pone en contacto el coche… el auto sale derrapando barro como si fuera una manguera y justamente a donde yo estaba. Quedé pronto para “Las Llamadas”… negro de pies a cabeza. La diferencia entre Michael Jackson y yo es que el primero era negro y después blanco… yo al revés.

El tipo paró después de salir del pozo… salió del auto y por un instante se le escapó una risa que intentó ocultar.

Aunque no se me veía la cara de bronca atrás de la máscara de barro, estaba furioso.

Me fui a instalar nuevamente en el asiento del coche cuando el taxista deslizó la siguiente frase: “Tené cuidado no me vayas a manchar el tapizado”. Casi lo mato, le dije que era un boludo y que intentemos llegar rápido. El tipo se bancó mi bronca y mis ordinarieces el resto del viaje, mientras yo a escondidas de el y como forma de venganza me limpiaba el barro en toooooodooo el tapizado, las ventanas, en la alfombra, hasta levanté el asiento para ensuciarle abajo y de paso le pegué un chicle masticado que tenía debajo del zapato.

Llegamos a destino, le pagué, obviamente sin propia ya que encima el tipo en todo ese trajín no paró el taxímetro y me salió carísimo.

Molesto y recién bajado del taxi, mientras me colgaba el bolso de la cámara al hombro, recordé que había dejado la mochila y el traje en el taxi… me doy vuelta y siento el motor del taxi arrancar como un bólido… salí corriendo detrás de él. En la esquina paró, pues el semáforo estaba en rojo. Estaba a escasos 3 metros de el cuando cambió a verde y arrancó nuevamente… lo tuve que correr 3 cuadras más antes de alcanzarlo… Me pidió disculpas y me bajó las cosas. Tuve que volverme las 4 cuadras a pié con todas las cosas al hombro.

Entre al baño de caballeros de la terminal de buses, sentía las miradas de todos sobre mí. Dejé las cosas sobre el lavabo y me saqué toda la ropa… quedé en calzoncillos… me hice un “lavado express” (las piernas y brazos para quitar el barro que ya estaba seco y me costaba caminar… parecía robocop del bronx; la cara y el pelo que no me quedaba tan mal porque me lo dejaba bien peinadito y parecía un baño de crema; y debajo de las axilas). Me cambié de ropa y metí toda esa ropa sucia en una bolsa que le pedí a un guardia de seguridad.

Entre nos, les digo que parece que es cierto eso de ponerse barro en la cara para rejuvenecer porque la piel me quedo supertersa y estiradita… sin arrugas… eso sí, casí no podía gesticular y el olor a caño no se me iba más.

Igual, ya me sentía un poco mejor. Más tranquilo.

Cargando con mis cosas al hombro fui hasta la agencia. Ya había reservado asiento así que aboné el pasaje. Le di la mochila al guarda para que me la guardara en el guarda-bultos del bus y subí con el traje y el bolso de la cámara. Miré el número de mi asiento. Número 28.

Metí arriba doblado cuidadosamente el traje y me quedé con la cámara en la falda.

Salió el bus recorriendo media ciudad antes de cruzar el límite de la misma. Yo iba absorto mirando el paisaje pensando boludeces. En la última parada suben unos cuantos pasajeros más y arranca de nuevo.

Siento que me tocan el hombro y una señora alta, grande… muy grande con cara de pocos amigos me dice “tengo el asiento 28”… “yo también” contesté.

Callada, la señora fue a buscar al guarda quien llegó le pidió el pasaje a ella y a mí. Y al cabo de un rato de observaciones y silencios el tipo habla…

Al parecer hubo un error en la agencia y le vendieron el mismo asiento a ambos… como hay que solucionar la situación y la reserva del asiento tiene fecha y hora vamos a decidirlo por quien lo solicitó antes”…

Volvió a mirar los pasajes y dice: “la señora reservó el pasaje a las 15:03 de ayer y el señor a las 15:05 de ayer, así que la que viaja sentada es la señora… lo lamento señor pero deberá viajar parado”.

“¿Quéeeeeeee? ¿Viajar parado? ¿Ud. Está loco?… ni en pedo…” el exabrupto me salió de lo más profundo.

Y obvio venía la respuesta: “Miré señor tráteme con respeto, yo soy quien imparte orden dentro del bus, la decisión es justa, yo lo lamento pero si quiere viajar en este bus deberá ir de pié y si no, se baja del bus, llamo por radio y en 3 horas pasa el siguiente… pero no le puedo asegurar que tenga asiento”.

Odié al guarda, a la gorda asquerosa, odié a la pelotuda que me vendió el pasaje y el asiento, al chofer y odié al dueño de la compañía de bus…

Las 2 horas y media que duró el viaje fui parado en el pasillo sujetando el traje que no se cayera en la cabeza de nadie, con el bolso de la cámara colgando sobre mi hombro intentando no golpear a nadie de los pasajeros sentados en cada frenazo del chofer, y como con el correr del viaje se iba llenando, viajé con un nene bastante atorrante de unos 10 años metido entre mis piernas que cada tanto le metía un manazo en la cola a una morochaza que iba al lado, le tiraba el pelo a una vieja sentada detrás de mí o le tocaba la pelada al viejo de adelante… al principio me pareció gracioso hasta que las mujeres y el tipo empezaron a mirarme creyendo que era yo… claro que zafé un par de veces diciendo “nené quedáte quieto que estás molestando a la gente”… aunque no sé si no metí la pata porque hasta parecía que era mío el infanto-juvenil.

Por allá después de más de 100 km. Quedó un asiento vacío en Rosario y me senté. No me llegué a dormir, estaba estresado.

Al fin llegué a la Radial de Juan Lacaze donde un bus local nos esperaba para hacer el trasbordo y adentrarnos a la ciudad del Sabalero.

Empecé a divisar lugares conocidos de viejas épocas con una chica con la que tuve una relación extensa y anécdotas con los amigos y amigas que fui cosechando en ese lugar (casi casi se me pianta un lagrimón… aguanté el moco un par de veces y se me pasó).

Me iba a quedar en casa de Rebeca y Jorge alias “Mono”. Una pareja de grandes amigos.

Supuestamente Rebeca me esperaba en una determinada parada. Bajé del bus peleando y retorciéndome con los bultos, intentando enlazarme la mochila en la espalda… pero de mi amiga ni rastros… ¿ni en Juan Lacaze me quieren? Pensé…

Y allá a las cansadas venía la Rebequita arrastrando unas bolas… (metafóricamente hablando dícese de cuando un individuo viene caminando con extremísima lentitud como si estuviera arrastrando algo pesado).

Nos abrazamos, lloriqueamos un rato hasta que detuve el llanto indicándole a la Rebe que no estaba llorando por el reencuentro sino porque la mochila me estaba matando la espalda… que dolor!!! Nos fuimos a su casa. Afuera, el auto Fiat último modelo, que estaba siendo lavado por mi amiga, por eso se había demorado.

Nos metimos en su casa para dejar las cosas, y descansar un rato.

Natalia y Johnny, la pareja de amigos que se casaban llamaron a Rebeca vía teléfono pidiéndole si no podía llevarlos en el auto al registro civil porque habían tenido un inconveniente con el coche que los llevaría.

Accedió. En una hora debíamos socorrerla. El “Mono” estaba laburando y 5 minutos antes de salir nosotros, llegaba el. No iba a ser de la partida de la ceremonia civil así que Rebeca y yo partimos a buscar a la flamante novia.

Natalia ya tenía 2 hijos: Carolina y el pequeño Joaquín. Llegamos y esa casa era un despelote… a las corridas… enloquecidos… todos lloraban, gritaban, tiraban cosas… parecía un blooper.

Nos metimos todos en el auto tipo embutidos… Johnny creo que se iba arrepintiendo en el camino… no hablaba… y dos por tres relojeaba la puerta a ver si el escape podía ser rápido.

Para peor con la locura me metieron a prepo atrás con Johnny y la novia fue adelante con Rebeca… me faltaba el ramo y parecía que la novia era yo…

Natalia en una histeria total… que si llegamos tarde… que como me queda el pelo… hasta que en una le tiró una sarta de disparates al pobre novio… “¿qué te pasa que no hablás?… ¿qué ya te estás arrepintiendo?… mirá que no me caso nada!! Hablá carajo!!”

El otro titubeó un segundo inclinándose hacia la puerta, lo tomé del brazo y fuera de la vista de las chicas le hice un gesto de… “ni se te ocurra que nos mata a todos”… Al fin respondió “no mi amor como me voy a arrepentir… jamás”… un gentleman el pibe.

Llegamos frente al civil y estaba lleno de autos estacionados, no teníamos lugar. Así que bajamos a la parejita y Rebeca intentó estacionar el auto, que como novata en estos menesteres de la conducción automovilística lo dejó en mitad de la calle… me pidió si no se lo estacionaba pues no quería perderse de nada de la ceremonia…

Así que en unos 3 o 4 movimientos lo estacioné… claro que para entrar en 1 metro y medio que tenía tuve que darle un empujoncito al auto de adelante y un golpecito a la bicicleta de atrás… la alarma del coche de adelante empezó a sonar… todo el Civil salió a ver que pasaba… yo muy ágil ya estaba afuera cerrando el auto… y me acerqué al local indicándole a los curiosos “que mal estos omnibuses que pasan tan cerca de los autos y les hacen sonar la alarma…”, se lo creyeron todos… zafé.

Mientras esperaban la ceremonia… empecé a saludar a los familiares y amigos. Y esperamos… y esperamos… y esperamos… largo rato… hasta que se me dio por preguntar que estábamos esperando.

Me indicaron que a Lorena… la hermana menor de Natalia estaba retrasada y no se podía empezar sin ella ya que era una de las testigos del casamiento. Medio Juan Lacaze llamándola.

Lorena, en una época más juvenil se había hecho fama de lenta… y cuando digo lenta digo boluda… de esas que te dicen “te sirvo un cafecito”… se van a la cocina demoran 2 horas vuelven y te preguntan “¿Qué fui a hacer yo a la cocina?”… el café le respondés… “Ah sí… ya vengo”… se va 2 horas más y vuelve y te dice… “no tengo café ¿te sirve té?”… si, si cualquier cosa le respondés… se va 2 horas más y te trape un té… pero frío. Así es Lorenita

“Allá viene” gritó uno y todos salieron afuera para ver que intentaba infructuosamente de estacionar su automóvil a una cuadra… bajó a sus hijos, y les dijo “ahora vamos a jugar que Uds. Son superhéroes y van volaaaaandoo hasta el civil”, los chapó de un brazo a cada uno y salió corriendo… los pobres chiquilines literalmente iban volando… ellos igual iban contentos gritando “iupiiiiiiiiiiiiii…. Puedo volar… puedo volar”.

Cuando llegó le tiramos arroz porque parecía ella la que se casaba… llegó más tarde que la novia… increíble!!

Al fin comenzó. Yo esperaba encontrarme con una ceremonia con un juez veterano que se pusiera a banda con los colores de nuestra bandera diera un largo parlamento protocolar y después de más de media hora salir a arrojar el arroz. Pero me equivoqué. Apareció una jueza (que no estaba tan mal), sin banda de ningún color… del fondo alcancé a escuchar algo así como… “… en esta ceremonia civil… bla bla bla… Johnny acepta por esposa…. Natalia acepta por esposo… los anillos… están legalmente casados”… y ta, se terminó. Rapidita la cosa.

Salimos afuera y esperamos a los flamantes esposos para arrojarles el arroz… se dice que allí fuera apareció una vieja enemiga de Natalia y al arroz le agregó un tuquito del mediodía para arrojarle, pero no pasó a mayores.

Los llevamos de regreso a su casa y nos quedamos un rato tomando unos mates y charlando. Ahí se sumo Alejandra con su larga cabellera negra y sedosa y sus enormes… ehh… atributos… delanteros superiores… o sea yo estaba sentado y ella parada a mi lado, cada vez que ella giraba de golpe… yo, que estaba muy atento me inclinaba y bajaba la cabeza esquivando el tetazo.

Ale aprovechó para que Rebeca le pasara la “planchita” a su cabellera, mientras yo me puse a bobear con la pequeña Carolina, que después de perder su timidez me llenó la cabeza y las manos de un hilo de coser blanco difícil de quitar. Ella se mataba a carcajadas mientras yo luchaba por descoserme.

Al final terminé sentado en la mesa tomando mate con Johnny y Carolina en la falda mientras Natalia le daba de mamar a Joaquín y Rebeca le hacía la “planchita” a Alejandra.

Al rato nos fuimos a preparar para la ceremonia religiosa y la fiesta en el Club Náutico Puerto del Sauce (Club Náutico de Juan Lacaze).

Me empilché como un gentleman: pantalón de vestir negro, zapatos negros, cinto del mismo color, camisa blanca, corbata roja con rayas y el toque distintivo, un saco negro de gamuza. El “Mono” con un estupendo traje era un verdadero caballero y la Rebe se había metido un trajecito en colores verde y negro muy lindo y se había maquillado como para hacer un aviso de L’Oreal.

El “Mono” estaba ansioso, siempre preocupado por los horarios y la planificación, subió a la Rebe mientras se pintaba los labios al auto y me hizo salir descalzo con un zapato en la mano que después pude terminar de calzarme en el coche.

La hora fijada era a las 21:30, llegamos en punto… pero obviamente los novios llegaron un poco más tarde. Natalia con un vestido hermoso que por lo que escuché fue realizado artesanalmente entre ella y su hermana Lorena.

La ceremonia religiosa fue sencilla, el sacerdote se despachó con unas metáforas y ejemplos de vida, luego la hermana mayor de Natalia, Fabiana subió a leer una parábola de La Biblia. Embarazada, leyó emocionada las palabras y luego dio paso al Sacerdote para otra parábola.

Nos fuimos a la fiestita. Bonito lugar tanto por dentro como por fuera, estupenda vista al puerto. Lástima es invierno y hace mucho frío, pero el calor de la gran estufa leña del salón quitó todo rastro de eso.

Los asistentes se fueron instalando en las mesas mientras esperábamos la llegada de los novios.

Al cabo de un rato, en el que observé el ambiente (o sea a las chicas que estaban solas a ver que podía rescatar) llegaron los festejados.

Arrancó el vals y se fueron pasando varios familiares y amigos de los novios… dejé pasar a los familiares y a Rebeca que empezó a bailar con Johnny y el “Mono” que estaba con Natalia… me tocó el turno, despaché al “Mono” y me puse a desplegar mis habilidades dancísticas. De vez en cuando escuchaba un chirrido de mis rodillas al doblarse… les faltaba aceite.

De repente, me doy cuenta que nadie más sale a bailar con los novios. El vals se había vuelto interminable. Rebeca bailaba con Johnny y yo con Natalia pero el vals no terminaba más. Ya estaba medio paspado de la musiquita y el “durito” seguía intentando seguir los compases.

Por fin terminó… quedé del otro lado de la mesa… dejé a los novios entre ellos y me escabullí por un costado rodeando todo el local hasta mi lugar.

Comenzó, de fondo, música lenta de los ochenta mientras digeríamos alimentos varios y, obviamente, bebidas espirituosas… algunos whiskey, otros cerveza (como yo) y otros refrescos.

El centro de la pista era para los chicos. Estaba lleno. Se ve que en Juan Lacaze no hay buena recepción de TV y no pierden tiempo… los conejos son unos porotos al lado de los lacazinos.

El hijo de Alejandra es el que sobresalía del resto porque era hiper-activo… corría por todos lados, se les subía a los hombros de los otros, a las mesas, las sillas, bailaba, saltaba… yo creí que a la hora estaría destruído durmiendo del cansancio pero no, duró despierto y así hasta la 1 de la mañana.

Habría unas 60 o 70 personas invitadas, poquísimas solteras y bonitas menos. Mis amigos me querían enganchar con una chica que estaba sola… K. se llamaba (no vamos a quemarla así que le pondremos su inicial)… me decían que era muy bonita pero que estaba un poco pasadita de kilos ahora… que había que ponerla a dieta… me dijeron “es aquella” y entre el montón vi una muy bonita… me acerqué y le tiré una frase matadora: “hola” (bueno ta, es lo que me salió en el momento). “Hola” me respondió. “Te veo sola acá sentadita ¿Querés bailar?” le dije… ella abrió los ojos grandes sorprendida… pensé “la maté, no se la esperaba”… la tipa me dice “… pero… pero…” y se entrecorta mirando hacia atrás de ella… levanto la vista y veo que viene caminando del baño un tipo grande… más bien alto, y la chica termina la frase “…el es mi marido…”. No sabía que hacer ni como zafar… “pensá, pensá ya”… pensé.

“Hola, un gusto, Alejandro” le dije al tipo y le di la mano, el tipo confundido me saludó… entonces me decidí a terminar la charla… “Bueno, K.…” y ella rápida me cortó “pero yo no me llamo K.”“ah… ¿n..no?”… cada vez metía más la pata… miro atrás y veo a mis amigos descostillarse de risa en la mesa… pero no había quien me ganara en creatividad… “ahhhh no sos K.!!! Te vi cara conocida y me confundí, como hace tiempo que no la veo creí que eras ella y te vine a saludar…”. El tipo se sonrió y ella forzadamente también (obvio que se dio cuenta de la macana que me había mandado pero me siguió el juego por suerte).

Volví a la mesa más colorado que testículos de ciclista… y les increpé a mis amigos “boludos!!!, tenía marido…” a lo que me contestaron “boludo vos!! Esa no era… es la que está sentada al lado…” y retomaron las carcajadas… observé con atención y veo una chica que no era fea pero era gordita y petisa como tapón de bañera…

Arrancó la música bailable… cumbias, claro, como toda fiesta… arrancaron bailando todos, me invitaron y salí algunas veces pero la mayoría bailaba con sus parejas y yo que empezaba bailando con alguna amiga terminaba pintado bailando solo, así que cada tanto iba a la mesa y me encajaba unos buenos sorbos de cerveza para darme ánimos… Y así transcurrió la noche…

Más tarde y con varios beodos y descamisados en el ambiente… la fiesta se fue picando. Miro a un costado y veo a Alejandra con “Daniel el Travieso” (así le puse yo al hijo) y me dio lástima que no pudiera bailar con lo que le gusta el bailongo… así que me acerqué a ella y le dije “¿querés ir a bailar un rato y yo me quedó con el nene?”… ella contestó que no, que bailara yo…, le volví a insistir y ella volvió a negarse comentando que no estaba bien que me “enchufara” al chico durmiendo… así que giré para volver a la pista y en ese momento me toma del brazo y me dice “bueno está bien, tenémelo un ratito…” me lo pasó en los brazos profundamente dormido y se fue a la pista a mover sus atributos… los grandes… más de uno cayó volteado al suelo.

El ratito fue un ratazo, yo sentado con un niño que no era mío durmiendo que cada tanto se acomodaba buscando con la mano las ubres de la madre que obvio no estaban pero claro, gracias a mis musculosos pectorales pasó desapercibida la diferencia… cada tanto también veía un hilo de baba caer por la comisura de sus labios… y sí… tanto ajetreo e hiperactividad tenía que desquitarse por algún lado… y justo sobre mi camisa.

Luego aparecieron los chifles, maracas, serpentinas, sprays, globos… y se armó la gorda… o sea la gorda que estaba sentada en la otra mesa se armó… se metió los globos alrededor de la cintura, una maraca en una mano, un spray en la otra, un par de chifles en la boca (una insaciable).

Le daba al spray como si estuviera echando desodorante de ambientes… para un lado, para otro… cuando el spray no tiene más espuma, al final, siempre sale unos chorros líquidos con el desecho del spray… bueno, la gorda pasó moviendo sus mondongos detrás de mí y me enchufó el desecho en la nuca y bajó el chorrete frío recorriendo mi espalda… me dí vuelta para ver quien era… y la gorda soltó otro chorrete… que cayó en la boca del pendex que tenía en brazos… paladeó… degustó y hasta parece que le encantó en un primer momento… pero al tragar saliva el infante se incorporó como esos poseídos de las iglesias extrañas de la tele… balbuceó algo inentendible… lloriqueó… abrió apenas los ojos, tanteó y observó mis pechos y obvio… no eran de la madre… por volumen nomás se dio cuenta que no eran… levantó los ojos para ver que había un tipo casi desconocido teniéndolo en brazos y vaya a saber uno que pensó… empezó a llorar enloquecidamente y se bajó de mi falda para salir corriendo rumbo a la puerta como quemado con dulce… yo detrás de él… lo sujeté y empezó a patalear… le avisaron a Alejandra que me socorrió y lo abrazó… se quedó con el un rato más pero el chico ya no se durmió de nuevo… yo en la otra punta lo miraba con miedito… es que cuando se despertó y empezó a gritar y patalear y encima cayéndosele baba de la siesta que se pegó… parecía la piba de El Exorcista… le faltó vomitar verde nomás.

La gente mayor y las madres con sus niños dormidos se fueron yendo… con ellas sus esposos y empezó a quedar poca gente… comimos la exquisita torta y a eso de las 3:30 arrancamos a dormir… agotados. Llenó de spray pegoteado en mi espalda y toda la camisa babeada… mis amigos me llevaron a su casa a descansar y más allá de todo lo que sucedió… lo peor de todo fue enterarme al quitarme la ropa que estuve toooooda la noche con el cierre del pantalón bajo… que desastre!!!

Alejandro Peña

Lic. en Ciencias de la Comunicación. Autor de "El lado oculto de la información" en 1997. Periodista y Publicista. Redactor. Diseñador Gráfico y Web.

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